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LA CASITA IRLANDESA NO ES UN HOTEL

LA CASITA IRLANDESA NO ES UN HOTEL

¡UNA MANERA DE VIAJAR Y SENTIR EL LUGAR!

Te diré porqué los apartamentos vacacionales tienen algo especial que ofrecernos a la hora de viajar. Lo importante que es cuidar su diseño. El diseño de cómo se va a vivir ese espacio, las sensaciones que queremos transmitir y el comportamiento que vamos a provocar en ellos. Pero lo explicaré de un modo distinto. Contándote una historia de como se sienten estos lugares y entenderás porqué hay que aportarles valor.

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Recuerdo perfectamente mi viaje a Irlanda. Nos hospedamos todos durante dos semanas en una encantadora casita Irlandesa, con un viejo suelo de madera que crujía a cada escalón que pisabas. A la entrada había un largo pasillo con mucha luz al final, a la izquierda subían unas escaleras al segundo piso y a la derecha tras una gran apertura había un espacio que reunía cocina, comedor y salón. La cocina hacia forma de L, llena de tacitas de colores y otros utensilios en unos estantes de madera. Era agradable no tener armarios en la parte de arriba que se te echaran encima y poder curiosear unas pocas cosas con encanto que habían repartidas a la vista.

 

Una pequeña ventana dejaba ver la calle mientras fregabas y detrás había una isla pequeñita donde nos poníamos a comer, a preparar y a conversar todos juntos. Al fin y al cabo, es un momento de reunión que no se da en el día a día en nuestras casas. Cuando estas en casa si no tienes faena o prisa, tienes invitados y… ¡nada es lo mismo!. Aquí conectas con los demás de otro modo. Todos se organizan con todos, exploráis a la vez que hay entre cajones, que vais a hacer, que ha pasado durante el día. No hay preocupaciones, no hay distracciones y todos interactúan en una sensación nueva.

 

Aquí todo era perfecto. El salón estaba ahí, al otro lado de la cocina. Al fondo una ventana con un cristal fijo gigante dejaba ver un pequeño patio con una caseta vieja, una puerta verde carcomida y el suelo lleno de hierbas enormes y tremendamente verdes. Era casi como un cuadro vivo, con el alma de la naturaleza abriéndose paso entre la vieja construcción. La ventana tenia una estrecha repisa de madera donde me gustaba sentarme con mi taza caliente a contemplar el patio. Por las noches, ese mismo salón se llenaba de una cálida luz suave y todos nos arropábamos a descansar un poco y charlar antes de dormir.

 

Recuerdo incluso la hora de dormir. Las camas eran muy confortables. Los edredones no pesaban nada pero abrigaban mucho y la almohada te recogía. La almohada…ese olvidado y despreocupado elemento que tan importante es. Cuantas sensaciones puede producirte una cama a la hora de dormir. La textura de unas suaves sabanas, el olor a fresco, la calidez, el peso ligero que te tapa, la temperatura correcta, la transpiración que no te hace sudar, el colchón con buena firmeza. No hay nada como el buen descanso.

 

Por las mañanas, despertábamos con otro ajetreo. Entre bromas y puñetas, te levantabas medio descalzo en una casa con una temperatura ideal y un suelo cálido. El baño tan bien iluminado con su ventana como todas las demás estancias, era de lo más encantador. Tenía una de esas bañeras exentas de patas antiguas junto a la ventana, con una cortinilla y su forma de generar intimidad, donde prometí darme un buen baño antes de irnos de allí. Unos subían, otros bajaban, y entre tanto preparamos almuerzos o picnics o lo que hiciera falta para ese día antes de comenzar nuestra ruta. Y así hasta caer el día cuando nos recogíamos de nuevo en la hospitalidad de la casa, que había cambiado su luz de la mañana, su ambiente y su energía para acompañar a la nuestra. A la de las duchas, pijamas, cenas y tertulias.

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Y así es como no olvidaré esa experiencia y esos recuerdos en aquella encantadora casa Irlandesa. Algo que nunca hubiera podido darnos un hotel. Algo que nos dio un lugar encantador, confortable, pensado y con alma que formará parte siempre de mis recuerdos.

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